Durante la pandemia, las cifras de trastornos de la alimentación se vieron gravemente aumentadas. Pero una vez pasado el tiempo de estar confinados, y que el COVID sea el protagonista de nuestra realidad; el problema sigue existiendo. Y lejos de ir superándose, continúa instaurándose desde edades muy tempranas. El día 30 de noviembre se ha elegido para poder sensibilizar y dar luz a estos trastornos que al final son enfermedades mentales que, como todas, hay que tratar de manera específica y especializada. Las personas adolescentes y jóvenes que se enfrentan a trastornos alimenticios necesitan un tratamiento profesional. Estos trastornos pueden afectar a personas de todos los géneros, razas, etnias, orientaciones sexuales, edades y tamaños corporales. En general, las señales de advertencia para cualquier persona con un trastorno alimentario pueden incluir una preocupación por el tamaño, el peso, la comida o el ejercicio, que empeora la calidad de vida de la persona. Las personas con trastornos alimenticios también pueden alejarse de sus amigos y de sus rutinas. Otras señales de alarma son el ayuno, la restricción calórica significativa, los vómitos o el uso de laxantes o píldoras para perder peso. Con estas personas será imprescindible el trabajo psicológico, desde fortalecer su autoestima, autoconcepto, que aprendan habilidades de afrontamiento, y muy importante una buena gestión emocional. Debemos ser inteligentes emocionales, y esto implicara conocernos y entrenar en respuestas saludables y que me devuelvan sentimientos de bienestar y por ende una mayor calidad de vida. Como todos los trastornos, no nos olvidemos que cuanto antes consultemos mejor será el pronóstico.
Luisina Daives. Psicóloga de Amadem